La despedida se volvió rápida,
como
cuando se saca valor
para zambullirse en el mar frío
luego de un día de sol…
una despedida valerosa
de esas que no se quieren vivir,
que no quieren llegar,
esas
despedidas que nadie quiere ver,
ni sentir,
ni sufrir…
de esas que parece
te desgarran por dentro
pues se separa de ti
una parte de ti;
una de esas
en
las que se esfuerzan
para aprovechar
hasta el último momento
de la unión de sus
manos,
de sus ojos,
sus labios
y sus almas.
De esas en que parece
salirse el corazón por la boca…
Si, de esas ,
de esas despedidas grises…
donde la tarde se tiñe de humo,
cuando los amantes se dicen “después te llamo
amor”…
una frase que precede al vacío
que sienten al unísono.
Y el vacío …
incalculablemente
inmenso, inmaculadamente eterno,
llega para inundarlo todo,
absolutamente
todo y erupsionar,
inundando hasta el lugar
que ocupan las lágrimas,
que huyen
cristalinas y santas…
Ese vacío se apodera de todo …
de sus almas
que se ven
caminando
rumbos contrapuestos,
que se saben el uno para el otro
y no miran atrás.
Ese vacío
llena sus lechos fríos que
no quieren abrazar,
hasta la esperanza se vuelve vacía,
aquella que les debe
una noche entera
para amarse una vez más.
Y la espera…
esa amarga y dolorosa
espera
que se vuelve calurosa y lánguida
como una carretera en época estival,
una
espera que húmeda y hastía cual día lluvioso,
que cansa, que desgana, que teme
no terminar jamás.
Que se vuelve locura y desespera,
que
se mete y andariega ,
no deja de golpear
los pensamientos,
los sentimientos,
las
caricias que quedaron en las manos,
en ese último minuto
en que
el pecho aprisiona
y las ganas palpitan,
donde el corazón implora…
tan solo un
momento más.