viernes, 3 de agosto de 2012

Desvarío IV . Pequeña despedida



La despedida se volvió rápida,
como cuando se saca valor
para zambullirse en el mar frío
luego de un día de sol…
una despedida valerosa
de esas que no se quieren vivir,
que no quieren llegar,
esas despedidas que nadie quiere ver,
ni sentir,
ni sufrir…
de esas que parece
te desgarran por dentro
pues se separa de ti
una parte de ti;
una de esas
en las que se esfuerzan
para aprovechar
hasta el último momento
de la unión de sus manos,
de sus ojos,
sus labios  
y sus almas.
De esas en que parece
salirse el corazón por la boca…
Si, de esas ,
de esas despedidas grises…
donde la tarde se tiñe de humo,
cuando los amantes se dicen “después te llamo amor”…
una frase que precede al vacío
que sienten al unísono.

Y el vacío …
incalculablemente inmenso, inmaculadamente eterno,
 llega para inundarlo todo,
absolutamente todo y erupsionar,
inundando hasta el lugar
que ocupan las lágrimas,
que huyen cristalinas y santas…
Ese vacío se apodera de todo …
de sus almas
que se ven caminando
rumbos contrapuestos,
que se saben el uno para el otro
y no miran atrás.
Ese vacío
llena sus lechos fríos que no quieren abrazar,
hasta la esperanza se vuelve vacía,
aquella que les debe una noche entera
para amarse una vez más.

Y la espera…
esa amarga y dolorosa espera
que se vuelve calurosa y lánguida
como una carretera en época estival,
una espera que húmeda y hastía cual día lluvioso,
que cansa, que desgana, que teme no terminar jamás.
Que se vuelve locura y desespera,
que se mete y andariega ,
no deja de golpear
los pensamientos,
los sentimientos,
las caricias que quedaron en las manos,
en ese último minuto
en que el pecho aprisiona
y las ganas palpitan,
donde el corazón implora…
tan solo un momento más.

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