Que importa si digo sentir el llanto de un violoncello,
que muere en el pesar del desconsuelo clavado en el pecho.
Que importancia puede tener, sentir correr la sangre al compás
del susurro de las piedras húmedas en sus lechos.
No importa siquiera la bocanada de aire inhalada por el águila
donde deambulan los ecos que arrastra el ventisquero.
Que importa el sentir, de esa brisa pura que acaricia suave
donde flotan las gaviotas suspendidas en el tiempo.
No importa ya, sentir sutil la lluvia, que imita lágrimas de ángeles caídos
Esparciendo copos de sueños que secuestran susurros de la hierba
esa que acurrucada en la tierra descansa en el invierno.
Que importa si puedo sentir, la sinfonía que tocan los maizales,
Y sonreír cuando las nubes juegan con las sombras dibujando sus mares.
Que importa sentir, decir o escribir, si el tiempo se lleva mis días,
aunque blanda la calidez con que ilumina el trigo la pluma en mi mano;
el dolor se volvió piedra, que crece en el lecho donde anidó una vez un sueño.
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